viernes, 28 de noviembre de 2008

Realismo y Naturalismo

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miércoles, 22 de octubre de 2008

El siglo XVIII

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Propiedades del texto

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domingo, 6 de abril de 2008

Xavier Rupert

Nuestra naturaleza humana no está a la altura de nuestros ideales
Yo me avergüenzo de mis pecados, claro está, pero también de los de mi especie, de la "naturaleza humana" que acarreo. De esa especie, por ejemplo, que ha sido incapaz de dotarse de un sistema económico un poco menos bestia que el puro y duro darwinismo social, donde prospera siempre el más fuerte. Y que cuando lo ha intentado -con el comunismo, por ejemplo- pronto se transformó en una burocracia tan cruel como ineficiente: en eso acabó el marxismo en nuestras manos.
Hoy, a toro pasado, resulta fácil decir que es lógico que fracasara aquella cura de caballo marxista dogmática y mesiánica. Pero no es solamente eso lo que ha fracasado. Igual han sucumbido en este mundo los intentos más "realistas" y comedidos como las curas paliativas keynesianas, socialdemócratas o reformistas, que sólo han prosperado para seguir alimentando esa especie de neoliberalismo que padece nuestra especie.
En mi época universitaria a los socialdemócratas se les llamaba "socialtraidores". Luego, cuando se comprobó que la Revolución no era una necesidad científica ni histórica, muchos comunistas comenzaron a llamarse, ellos ahora, socialdemócratas, al tiempo que añadían el verde al colorado. Y no puede faltar mucho, pienso yo, para que esos que se atreven aún a llamarse "progresistas" vengan a identificarse simplemente como "optimistas". Cándidos y voluntaristas unos, cínicos o resentidos otros, pero al fin y al cabo no más que optimistas.
Lo que en cualquier caso parece es que nuestra constitución, eso que llamamos la naturaleza humana, no está a la altura de los ideales que ella misma ha ido secretando y proclamando. Nuestra inercia emocional, formada a lo largo de los siglos, sigue siendo lo que es, sigue estando donde estaba, y no parece sintonizar fácilmente con nuestros proyectos racionales o morales.
Trataré de explicarme tomando como ejemplo: 1) nuestro comportamiento como padres y 2) el comportamiento del propio Marx como suegro.
1. Habíamos dejado de creer en la utopía de una sociedad justa, equitativa y saludable donde todos los hombres serían iguales por decreto. Pero éramos, aún éramos, al menos éramos socialdemócratas. Habíamos rebajado el nivel de nuestros ideales pero no habíamos renunciado a ellos. Si no era posible la absoluta justicia e igualdad entre los hombres -"a cada uno según sus necesidades, etcétera"- sí cabía aspirar a una igualdad de oportunidades: a que la salida al menos fuera igual para todos, que todos tuvieran la misma educación, las mismas oportunidades, las mismas chances.
Pero ahí estaba esa naturaleza humana dispuesta a defenderse con uñas y dientes: para desmentir con nuestra conducta, punto por punto, la más mínima convicción socialdemócrata. ¿Acaso no invertimos en la educación de nuestros hijos para que sepan más que los otros? Para que no salgan del mismo punto de partida ni en las mismas condiciones; para que dispongan de una "ventaja competitiva"; para que obtengan unos títulos cuyo valor, como siempre, es precisamente su escasez. Cuando todos tienen ya la licenciatura, los nuestros han de tener un máster; cuando los otros tengan ya el máster, les enviaremos a especializarse a Estados Unidos. Aún queremos que aprendan inglés porque la mayoría no lo hablan, pero por poco que tengan éxito los proyectos de generalizar esta lengua, les enseñaremos a los nuestros alemán, árabe o chino: cualquier cosa que los otros no tengan aún; lo que sea para que los otros no dispongan del mismo acopio de recursos y munición que los nuestros.
Pensamos como socialdemócratas, en efecto, pero actuamos como ventajistas.
2. La relación de Marx con su yerno Paul Lafargue me sirve de segundo ejemplo. Paul Lafargue es el autor de un libro magnífico titulado Elogio de la pereza: el único texto marxista que se atrevió a enfrentarse al culto al trabajo -"el héroe laboral frente al malvado capital"- que impregna desde el principio la ideología marxista. Lafargue resultó ser un joven mestizo antillano que se enamoró de una hija de Marx con la que acabaría casándose, conspirando en Barcelona y por fin suicidándose junto a ella. Pero de momento era sólo un pretendiente que solicitaba a Marx permiso para salir con su hija. Y si no recuerdo mal, la respuesta por carta de Marx, tan bestia como enternecedora, viene a decir: "No crea usted, señor mío, que yo tenga nada contra los mestizos, pero debe usted comprender que mi hija es una señorita decente y decorosa, acostumbrada a las relaciones formales y morigeradas que caracterizan a los países civilizados. Y yo temo que la excesiva pasión propia de países más calientes y con mayor promiscuidad que en Europa puedan chocar a mi hija y atentar a su natural modestia".
Descubrimos aquí un papá preocupado por la doncellez de su hija, igual que andamos nosotros preocupados en dar a nuestros hijos más recursos y oportunidades que a los demás. Y no, ni Marx es xenófobo ni nosotros de derechas; ni él es un puro victoriano, ni nosotros meros neoliberales. Es nuestra maldita condición, nuestra tan enternecedora como cruel obsesión por las crías, las que hablan y sobre todo actúan por nosotros

XAVIER RUPERT DE VENTÓS 06/04/2008

El País

El Gobierno central es competente a la hora de decidir si el agua debe sacarse del afluente de un río (el Segre lo es del Ebro) que dibuja un triángulo nororiental en España. Nadie debe rasgarse las vestiduras por el hecho de que el presidente del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, se oponga a lo que la Generalitat de Cataluña llama eufemísticamente "captación" de agua del Segre. Pero quien es competente para negar, también debe serlo para aportar soluciones creíbles a una grave emergencia que amenaza a cinco millones de habitantes de la región metropolitana de Barcelona. La vicepresidenta De la Vega aludió el pasado viernes a unos "pozos y corrientes subterráneas" como remedio. Luego, fuera de luz y taquígrafos, apuntó a la compra de agua del Ebro. Eso supondría únicamente 300 litros por segundo, cantidad irrisoria si no se acompaña de otras (el trasvase del Segre preveía 1.500 litros). A falta de precisiones, nos hallamos ante el cuento de la lechera. Ocurrencias así ante problemas angustiosos, irritan a los ciudadanos y provocan desafecciones.
Si la actitud del Gobierno es inaceptable, otro tanto sucede con la del grueso de los políticos catalanes. Durante los 23 años de CiU no se han organizado estructuras para evitar la escasez de agua. Bien es verdad que esa negligencia fue incentivada por las oportunistas protestas ecologistas de algunos partidos de izquierda contra los trasvases. Las desaladoras en obra, una solución seria, acabarán en mayo de 2009, un año tarde para la actual urgencia. Los vaivenes del consejero de Medio Ambiente, Francesc Baltasar (Iniciativa), resultan patéticos: prevé un trasvase reversible del Segre y lo disfraza de "captación temporal"; no pacta con el Gobierno central esa solución, técnicamente solvente aunque políticamente complicada; oculta su existencia a la opinión pública por razones electoralistas; y al final se encomienda a la Moreneta impetrando lluvias, como si protagonizase un filme neorrealista italiano. El transporte previsto de agua por barco sólo cubrirá el 18% del consumo de boca de Barcelona, la ciudad con el agua más cara de España y cuyos habitantes, otra vez pagando las ineptitudes de gestión, están entre los que más agua ahorran del país.
En contraste con los sufridos ciudadanos, políticos locales de Lleida, Girona y Tarragona, han exacerbado el particularismo con el lema ¡a Barcelona ni agua! El Gobierno catalán debería afianzar su vacilante unidad e imponer sus prioridades sobre los egoísmos ruralistas. El consumo agrícola absorbe más del 75% del total y exhibe derroches escandalosos en el riego por inundación. Está obligado a actuar con firmeza en energía (conexión de muy alta tensión con Francia, a la que se opone Esquerra) o en el transporte (el cuarto cinturón de Barcelona, que critica Iniciativa) para evitar la depresión de los ciudadanos y la sensación de que la Cataluña metropolitana afronta una etapa de decadencia irreversible.
El País 06/04/2008

Textos

TEXTO 1
Se admite como un hecho probado el que la gente, no sólo en España sino en el mundo entero, lee menos cada día que pasa y, cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni aprovechamiento. Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta situación no buena para nadie y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión. Yo creo que esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían sino que mataban el tiempo que les quedaba libre, que era mucho, jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte de lo divino. La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que se ofreciese algún programa capaz de interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que tiene planteado el pensamiento, en lugar de probar a anestesiarla o a entontecerla. Los gobiernos, con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad: por eso le merman y desvirtúan el lenguaje con el mal ejemplo de los discursos políticos; le fomentan el gusto por las inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes; le aficionan a la música estridente, a los concursos millonarios y a las loterías; le animan a gastar el dinero y a no ahorrar; le cantan las excelencias del Estado benéfico y providencial; le consienten el uso de la droga asegurándole el amparo en la caída, y le sirven una televisión que le borra cualquier capacidad de discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante porque, en cuanto razonan, se resisten a dejarse manejar.A mí me reconfortaría poder pregonar a los cuatro vientos la idea de Descartes de que la lectura de los grandes libros nos lleva a conversar con los mejores hombres de los siglos pasados, y la otra idea, esta de Montesquieu y más doméstica, pero no menos cierta, de que el amor por la lectura lleva al cambio de las horas aburridas por las deleitosas. La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura, que en España la hubo en abundancia. Este menester incumbiría al Estado, claro es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial, sino pactando las campañas con las editoriales privadas. La culpa de que se haya perdido en proporciones ya preocupadoras el hábito de la lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos, picarillos y funcionarios. Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero no es cierto.
Camilo José Cela.Diario "ABC"; 29 de marzo de 1993.
Más información: http://www.congresosdelalengua.es/zacatecas/plenarias/libro/marquez.htm
http://www.terra.com/noticias/articulo/html/act850896.htm

TEXTO2
Hay algunos personajes que rompen el principio de Arquímedes: desalojan más de lo que pesan; experimentan un impulso hacia arriba muy superior al valor de su vida o a la densidad de su obra. Los conoces bien. Abres el periódico y sus nombres están allí, enchufas la televisión y sus rostros aparecen gesticulando siempre, conectas la radio y los oyes a cualquier hora del día o de la noche dictaminando acerca de las cosas más dispares sin una idea original que te sorprenda. Sus juicios son requeridos en toda clase de temas y acontecimientos, ya se trate del amor o de la peste equina, de la guerra nuclear o de un simple descarrilamiento del tren de cercanías, y ellos nunca se detienen ante nada: lo mismo opinan con desparpajo de mecánica cuántica que salen friendo un par de huevos con delantal en un programa para amas de casa. Son vacíos y omnipresentes. Alguno de estos escritores, cineastas, intelectuales, artistas y políticos que acaparan la actualidad, despierta mucha envidia, pero ninguna pasión; su figura, multiplicada en imágenes hasta la angustia, provoca chismes y comentarios aunque difícilmente levanta una polémica. Como cetáceos llenos de flato, se les ve chapotear en la superficie de la sociedad desplazando toneladas de fluido que no se corresponden con la entidad de su trabajo, y entonces uno, con cierta ira, piensa en otros seres de vida preservada que también rompen el principio de Arquímedes en sentido inverso: desalojan mucho menos de lo que pesan; se hallan instalados a una altura inferior a su talento o sumergidos en el anonimato, si bien podrían deslumbrarnos con su pensamiento. Para encontrarlos hay que ir a los centros de investigación, a las universidades de provincias, a los institutos de las pequeñas ciudades. Son profesores, poetas, científicos, artistas, escritores, que no salen en pantalla. No nos agreden con su estomagante presencia. Se limitan a trabajar con la elegancia que posee el silencio cuando éste es creativo. Por fortuna para ellos, usted no los conocerá nunca.
Manuel Vicent. "Arquímedes"(El País, 11-XI-1990)

miércoles, 30 de enero de 2008

Textos

Análisis de estos dos textos:
1.- Tema
2.- Resumen
3.- Subrayar las ideas principales
4.- Anotar ideas para escribir un comentario crítico

¿El agua también es inversión?
¿Cuál será la siguiente materia prima que entrará en la espiral alcista catalizada por el sentimiento de escasez? Sin negar que existen argumentos más que sólidos para defender la continuidad de la fuerte tendencia experimentada por el crudo y el oro, debemos aceptar el reto de buscar nuevas alternativas para comenzar a diversificar. La comunidad inversora está de acuerdo en estimar un fuerte crecimiento de la población mundial (ocho billones para el 2025) y que las economías emergentes, especialmente China, están viviendo un proceso de urbanización. ¿Por dónde empezarían si tuvieran que urbanizar y garantizar la calidad de vida de una población creciente? ¿Cuál es la materia imprescindible para cualquier urbe, que hoy sólo el 10 % de la población recibe de forma automática y que es tremendamente volátil en cantidad y calidad? El agua.Se pierde entre un 20% y un 40% del agua en su transporte según se trate de una economía desarrollada o en vías de ello y esto se agrava por el hecho de ser necesarios, por ejemplo, 1000 litros de agua para lograr un kilogramo de pan. La antigüedad de las infraestructuras ronda los 100 años y la tasa de revisión, es mínima. Además, las catástrofes naturales, cuyos costes no son cubiertos por los seguros y cada vez más frecuentes por el mayor grado de concentración de la población, nos han enseñado que el control del nivel del agua, los sistemas descentralizados de potabilización y la tecnología para evitar las terribles epidemias generadas hacen de los fondos de inversión de agua una de las alternativas de inversión más prometedoras.
Juan Ramón Caridad - El Mundo
Resumen:
La humanidad necesita inmensas cantidades de agua para subsistir. Si tenemos en cuenta la cantidad de agua que se pierde en el transporte por la antigüedad de las infraestructuras y las necesidades cada vez mayores de países en desarrollo, invertir en agua se presenta como uno de los negocios más productivos en un futuro muy próximo.